El hambre aguda o la inanición a menudo se destacan en las pantallas de televisión: madres hambrientas demasiado débiles para amamantar a sus hijos en la Etiopía afectado por la sequía, refugiados en la Siria devastada por la guerra haciendo cola para recibir raciones de alimentos, helicópteros que transportan por aire galletas de alta energía a las víctimas del terremoto en Haití o Pakistán. El cuerpo compensa la falta de energía ralentizando sus actividades físicas y mentales. Una mente hambrienta no puede concentrarse, un cuerpo hambriento no toma la iniciativa, un niño hambriento pierde todo deseo de jugar y estudiar. El hambre también debilita el sistema inmunológico. Privados de la nutrición adecuada, los niños hambrientos son especialmente vulnerables y se vuelven demasiado débiles para combatir enfermedades y pueden morir de infecciones comunes como el sarampión y la diarrea. Cada año, casi siete millones de niños mueren antes de cumplir los cinco años; la desnutrición es un factor clave en más de un tercio de estas muertes.